Santiago suena a lluvia permanente, con un sonido sordo y casi imperceptible por los ruidos personales de sus habitantes que cantan, lloran, se ríen, gritan... pululan... pero en la madrugada, cuando casi todos duermen, el sonido natural persiste y el tintinear del agua inexistente fluye como un río de agua clara. Santiago huele a tomillo y miel, a ruda, tabaco y alcohol, a azahares y jacintos, siempre es una aventura oler esta ciudad que se mueve en danza permanente como si sus habitantes fuésemos danzantes inquietos en kinesia inminente. Santiago sabe a hierbas, a leche, pan y picante, sabe a te y café; a frutas cultivadas y sopas de mil colores... tiene la textura de un peluche viejo que es áspero y a la vez acariciable, dentro de su frialdad a través del tiempo se va convirtiendo en cálido acompañante; luego de todo esto... ¿Cómo se ve Santiago... con tanta embriaguez sensorial? Es imposible de ver con los ojos, pues los sentidos ya abrumados no permiten ver sin observar cada detalle de color, cada sonrisa o seriedad, cada casa o edificio, plazas, parques, mil cosas que escondidas vienen y van sin parar, y no se ven con los ojos pues se ocupa al corazón en sentir y no en mirar... Santiago está tan triste... esta tan triste que ya no sabe como gritar para pedir solo un poco de cariño y de bondad, pide amor, pide esperanzas, ternura, amor sin cesar, pide a mi Diosa en los rostros y a mi Dios en el actuar.
Con este Santiago Sensorial doy gracias a mi Diosa y mi Dios por haberme permitido obtener mi Visa Temporaria, y doy gracias a Santiago por las experiencias hasta ahora vividas y por las que me falten por vivir...